“La imaginación al poder”, así rezaba uno de los tantos eslóganes que los estudiantes franceses proclamaban en las calles de Paris. “Todo es posible” “Pidamos lo imposible” pedían los jóvenes a viva voz. Es hora de hacerse eco de aquellos gritos, es hora de pedir los imposible y de que la imaginación reine. Solo a burócratas, enquistados en grandes sillones y en puestos de poder, solo a sapos de trajes grises sin más imaginación que un billete de 1 dólar se les puede ocurrir que los festejos pueden ser plausibles de amonestación. Siguen cercenando el espíritu del fútbol, ya no vale levantarse la remera con una dedicatoria en ella, ya no vale sacar una mascara, ni revolear la casaca con euforia… ¿hasta cuando durara el veto a la expresión?
Gritar un gol es el descargo lógico y consecuente que debe acompañar a la culminación de todo tanto. Un festejo que (según la medida y la importancia del encuentro) puede tener una ansiedad contenida de días, meses o años. Tomemos el caso de Veron o del Kili sin ir más lejos. 10 años esperando gritar un gol con la camiseta que los vio crecer, 10 años acumulando deseo y ansiedad. ¿Cómo no gritarlo entonces? ¿Cómo no colgarse del alambrado?
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